Secretos y Escándalos tras el Telón Historias Poco Conocidas Ópera
Desvelamos los chismorreos más jugosos y las anécdotas más insólitas del mundo operístico que nunca te contaron.
La ópera, ese crisol de voces sublimes y dramas exacerbados, esconde tras su fachada dorada un universo de intrigas y pasiones desbordadas. ¿Quién diría que las arias más conmovedoras nacieron de rencillas entre divas o que un compositor genial estuvo a punto de arruinar su obra maestra por una apuesta? Prepárense para un viaje sin tapujos.
El Tenor Explosivo y la Soprano Vengativa
¡Agárrense de sus pelucas empolvadas, amantes del drama lírico, porque hoy les traigo un culebrón de aquellos! La historia de “El Tenor Explosivo y la Soprano Vengativa”, protagonizada por nada menos que Enrico Caruso y Nellie Melba. ¡Ay, muchachos, qué par!
Se dice, se rumorea, se comenta en los palcos bajos (y hasta en los gallineros) que Caruso y Melba se detestaban con una pasión digna de una ópera de Verdi. Una rivalidad que hacía temblar los teatros de ópera del mundo entero. Imagínense la escena: Caruso, el tenor napolitano con una voz que derretía hasta los icebergs, y Melba, la soprano australiana con una técnica vocal impecable y un ego… bueno, digamos que era tan grande como el escenario de La Scala.
Los chismes volaban como arias en noche de estreno. Que si Melba le escondía las partituras a Caruso, que si Caruso intentaba sabotearle los agudos a Melba con resoplidos estratégicos… ¡Un verdadero campo de batalla! Una vez, durante una representación de *La Bohème*, cuentan que Melba, en su papel de Mimì, ¡le tosió directamente en la cara a Caruso! Él, ni corto ni perezoso, le respondió con un “¡Salud!” tan fuerte que casi la saca del personaje. “¡Ese hombre tiene la delicadeza de un rinoceronte!”, dicen que exclamó Melba tras bambalinas. Caruso, por su parte, la llamaba “la Dama de Hielo” (y no precisamente por su belleza).
Y no olvidemos los rumores sobre sus amoríos… Melba, al parecer, tenía un “no sé qué” que volvía locos a los aristócratas y magnates. Caruso, por su parte, era un conquistador de tomo y lomo. ¡Imaginen los celos, las envidias, los complots! ¡Digno de un libreto de ópera!
Pero, ¡ay!, el destino, a veces, tiene un sentido del humor muy particular. A pesar de su odio visceral, Caruso y Melba eran dos de las voces más importantes de su tiempo. Los directores de ópera se peleaban por contratarlos, ¡incluso si eso significaba tener que mediar entre sus constantes peleas! Porque, seamos honestos, cuando cantaban juntos, ¡la magia ocurría! Sus voces se complementaban de una manera tan sublime que dejaban al público boquiabierto. El drama, al parecer, ¡les sentaba bien!
Hubo un incidente particularmente jugoso durante una producción de *Tosca* en el Covent Garden. Parece ser que, durante la famosa escena del asesinato de Scarpia, Melba, poseída por la furia de su personaje (¿o era la furia hacia Caruso?), ¡lo abofeteó con tanta fuerza que le dejó la cara roja como un tomate! Caruso, furioso, amenazó con abandonar la producción. La situación se resolvió, según dicen, con un cheque sustancioso y la promesa de que Melba se disculparía públicamente (cosa que, por supuesto, nunca hizo).
Y es que, queridos míos, así era la vida en el mundo de la ópera. Un torbellino de pasión, celos, talento y, por supuesto, ¡mucho drama! Un mundo donde los divos y las divas eran capaces de lo mejor y de lo peor. Y donde, a pesar de todo, la música siempre encontraba la manera de triunfar. Por cierto, ¿sabías que la ópera nacional del bosque es un puente cultural? ¡No te lo pierdas!
¿Quieren saber más secretos jugosos? ¡Los invito a escuchar nuestro podcast exclusivo “Secretos del Camerino”! Allí encontrarán aún más detalles escabrosos sobre la vida de Caruso, Melba y otras figuras legendarias de la ópera. ¡No se lo pierdan!
La Noche que Verdi Casi Destruye Aida
¡Ay, mis queridos melómanos! Prepárense para un chismecito jugoso, de esos que hacen temblar los teatros y sudar a los compositores. Hoy les traigo la historia de cómo Giuseppe Verdi, ¡sí, el mismísimo genio detrás de *La Traviata* y *Rigoletto*!, estuvo a punto de mandarlo todo al traste con su *Aida*.
Verdi, un hombre con más genio que paciencia (y, seamos honestos, con un ego que podía llenar el Teatro alla Scala), había aceptado componer una ópera para celebrar la inauguración del Canal de Suez. ¡Imagínense la presión! El Khedive de Egipto quería algo grandioso, algo que dejara al mundo boquiabierto. Y Verdi, pues, aceptó… no sin antes poner unas cuantas condiciones, claro está.
El caso es que la producción de *Aida* fue un auténtico caos desde el principio. Retrasos con los decorados, problemas con el vestuario (¡dicen que las plumas de avestruz eran más rebeldes que una soprano en día de estreno!), y una logística que parecía sacada de una opereta cómica. Para colmo, empezaron a correr rumores de una maldición egipcia rondando la ópera. ¡Una tontería, dirán algunos! Pero en el mundo del teatro, ya saben, la superstición es pan de cada día.
Y aquí viene lo mejor: resulta que Verdi, en medio de todo este jaleo, hizo una apuesta con un amigo. ¡Una apuesta que involucraba el final de *Aida*! ¿Pueden creerlo? Dicen que apostó a que su equipo de cartas ganaría una partida importante. Si perdía, prometió cambiar el final de la ópera por algo… digamos… “menos dramático”. ¡Imaginen la escena! Verdi, con una copa de vino en la mano y los ojos brillando de picardía, jurando alterar su obra maestra por una simple apuesta.
Ahora bien, ¿es esto cierto o es un mito más de la ópera? Pues, como buena cronista de chismorreos, les diré que la verdad se esconde entre bambalinas. No hay pruebas concretas de esta apuesta, pero la historia ha circulado durante años, alimentando la leyenda de Verdi como un genio impredecible y un tanto excéntrico. Después de todo, este hombre que apoyó las artes, como vemos en este artículo sobre la importancia de apoyar a artistas nacionales, también tenía sus peculiaridades.
Verdi era un perfeccionista obsesivo, un hombre que se encerraba durante meses para dar forma a sus partituras. Era conocido por sus ataques de ira (¡ay de aquel tenor que desafinara una nota!), pero también por su gran corazón y su compromiso con causas sociales. Un personaje complejo, sin duda, pero un genio innegable.
Volviendo a *Aida*, a pesar de todos los contratiempos y los rumores de maldiciones y apuestas descabelladas, la ópera finalmente se estrenó en El Cairo el 24 de diciembre de 1871. Y fue un éxito rotundo. El público quedó fascinado por la grandiosidad de la puesta en escena, la belleza de la música y la emotiva historia de amor entre Aida y Radamés. Verdi, una vez más, había conquistado el mundo de la ópera.
Así que ya lo saben, mis queridos lectores. La próxima vez que escuchen *Aida*, recuerden esta historia. Recuerden el caos, la tensión, los rumores y la apuesta que casi arruina una obra maestra. Y recuerden que, detrás de cada gran ópera, hay un gran drama… ¡y mucho, mucho chismorreo!
La Diva que Exigió un Elefante en el Escenario
¡Ay, mis queridos melómanos! Prepárense para una historia que hará temblar los teatros de la ópera, ¡literalmente! Hoy les traigo el relato de la inolvidable (y ligeramente desquiciada) Diva Dolores Delirium. Sí, ese era su nombre artístico, un presagio de lo que estaba por venir. Dolores, originaria de un pueblito perdido en Transilvania (¡con un acento que hacía llorar a Drácula!), irrumpió en la escena operística con una voz que podía romper cristales y una personalidad… digamos, “vívida”.
Su interpretación de Aida prometía ser el evento del siglo. ¡Pero nadie imaginó que la puesta en escena incluiría un elefante! Sí, ¡un elefante real! Dolores, después de leer (o más bien, hojear) la sinopsis, decidió que la marcha triunfal necesitaba un toque de autenticidad. “¡Un faraón sin elefante es como un soufflé sin huevos!”, vociferaba, agitando sus abanicos con la furia de un huracán.
El director, un hombre que ya había perdido la mitad de su cabello por el estrés, intentó razonar. Le explicó que los elefantes son caros, difíciles de conseguir, y propensos a dejar “recuerdos” poco agradables en el escenario. Pero Dolores, con su vozarrón capaz de hacer caer aplausos (y candelabros), insistió. “¡Es mi visión artística! ¡O hay elefante, o no hay Dolores!”.
Los días siguientes fueron un circo (¡sin el elefante, irónicamente!). Se contactaron zoológicos, circos ambulantes y hasta un excéntrico millonario que criaba paquidermos en su mansión. Pero nada. Los elefantes estaban de gira, de vacaciones, o simplemente no querían saber nada de la ópera. El pánico se apoderó del teatro. Las entradas estaban vendidas, la prensa acampaba afuera, y Dolores amenazaba con cantar arias de Wagner en la calle si no se cumplía su capricho.
Finalmente, con la noche del estreno acercándose peligrosamente, se llegó a una “solución”. Un elefante… inflable. Sí, un mamut de hule gigante, con un ventilador interno que hacía un ruido infernal. Dolores, al verlo, casi tiene un ataque. Pero, con el pragmatismo de una diva que sabe cuándo ceder (un poquito), aceptó.
El estreno fue… memorable. El elefante inflable, colocado estratégicamente en el fondo del escenario, se desinflaba lentamente durante la marcha triunfal, creando la ilusión de que el ejército egipcio estaba perdiendo fuelle. Los críticos lo llamaron “innovador” y “metafórico”. El público, bueno, el público se reía disimuladamente.
Pero la cereza del pastel fue la entrada de Dolores. Con su imponente figura, su voz resonante y… ¡un elefante de peluche gigante colgando de su cintura! Sí, amigos, la diva, en un acto de rebeldía y sentido del humor, se colgó un elefante de juguete del tamaño de un perro salchicha. La ovación fue ensordecedora.
Este incidente no solo se convirtió en una leyenda, sino que también alimentó el mito de las divas operísticas exigentes. ¿Será verdad que todas son así? ¿O es solo una fachada para esconder inseguridades y talentos desbordantes? Quizás ambas cosas. Lo que sí es cierto es que, gracias a estas extravagancias, el mundo de la ópera es mucho más divertido y glamuroso. Y si no me creen, pregúntenle a la Delirium, que seguramente estará en algún camerino, exigiendo una bañera llena de champaña y un ejército de canarios entrenados para cantar el aria de la reina de la noche. ¡Hasta la próxima, mis chismosos favoritos!
Por cierto, hablando de extravagancias, ¿sabían que la ópera también puede ser un motor de cambio social? ¡Increíble, pero cierto!
El Compositor Fantasma de las Arias Robadas
¡Agárrense, cotillas operísticos, porque hoy vamos a desenterrar esqueletos del armario musical! ¿Listos para el chismorreo lírico? Hoy toca hablar de esos compositores “fantasma”, esas almas creativas que, ¡ay!, vieron cómo sus melodías volaban a otros pentagramas, firmadas por nombres más rutilantes.
Imaginen la escena: un joven talento, digamos, un tal “Giovanni Sottovoce” (me lo invento, pero seguro que hubo muchos así), sudando tinta para componer una aria que te llega al alma. Una joya musical. Pero, ¡zas!, la necesidad aprieta, los mecenas son esquivos, y un compositor más famoso, pongamos un “Maestro Bombastini”, le echa el ojo a la pieza. Negocios turbios, promesas incumplidas, y al final, el aria aparece en la próxima ópera de Bombastini, ¡con su nombre! Giovanni, con el corazón hecho trizas, ve cómo su obra maestra triunfa… en boca de otro. ¡Qué drama!
Este “préstamo” (ejem, ejem) creativo era más común de lo que creemos. Funcionaba así: el compositor famoso tenía un ejército de “negros” musicales, ayudantes, copistas y compositores menos conocidos que trabajaban para él. A veces, compraba arias completas, otras, simplemente “se inspiraba” (¡vaya inspiración!). El resultado era el mismo: el nombre del compositor famoso brillaba, mientras que el del verdadero autor se perdía en el olvido.
¿Intentó alguien rebelarse? ¡Por supuesto! Cuenta la leyenda (y aquí el chismorreo se pone bueno) que un tal “Signor Dimenticato” (otro nombre inventado, ¡pero la historia es real!) intentó reclamar la autoría de una aria que había compuesto en su juventud y que, años después, escuchó cantada por una soprano famosa, ¡atribuida a un compositor consagrado! El escándalo fue mayúsculo, pero la industria operística, como buena mafia, se encargó de silenciarlo. Amenazas, promesas vacías, y al final, Signor Dimenticato desapareció del mapa, convertido en un fantasma musical.
La ética de la autoría en la música clásica siempre ha sido un tema espinoso. ¿Dónde termina la inspiración y empieza el plagio? ¿Es aceptable “tomar prestado” melodías de otros compositores si se les da un nuevo enfoque? Y, sobre todo, ¿cómo protegemos a los artistas menos conocidos de ser explotados por los más poderosos? La cosa no ha cambiado mucho, ¿eh? Que si versionan una canción y no dan crédito… ¡tela!
Este tipo de cosas no solo pasaban en la ópera. En la literatura, tenemos el caso de escritores fantasma que escribían discursos para políticos o novelas para autores famosos. En la pintura, talleres enteros trabajaban en obras que luego se atribuían al maestro. La historia del arte está llena de estos “colaboradores invisibles”. Y hoy en día, ¿cómo apoya la sociedad a los artistas?, pues échale un vistazo a **https://onabo.org/la-importancia-de-apoyar-a-artistas-nacionales/**.
La reflexión final, queridos míos, es que debemos reconocer el talento de todos los artistas, incluso aquellos que permanecen en la sombra. Porque la historia de la música no la escriben solo los nombres famosos, sino también las melodías anónimas que, de alguna manera, lograron sobrevivir al paso del tiempo. ¡Y eso, mis queridos, es digno de un aplauso atronador!
¡No se pierdan el próximo capítulo, donde desvelaremos los secretos más escandalosos de los teatros de ópera! Y recuerden, ¡síganos en redes para su dosis diaria de chismorreo lírico!
“Y para que no digan que no les cuento todo…”
Entre las bambalinas del universo operístico, la pasión y el drama se desbordan, a menudo eclipsando la propia música. Estas anécdotas, aunque a veces rocambolescas, revelan la humanidad de los artistas y las tensiones inherentes al proceso creativo. El mundo de la ópera, con sus grandezas y miserias, sigue siendo un espejo de nuestras propias contradicciones.
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