Entre el Genio y el Juicio: Los Legados Más Polémicos y Discutidos de la Ópera

Escándalos y Éxitos Legados Polémicos en la Ópera

Cuando el drama no solo está en el escenario: Revelamos los legados manchados por la controversia en el mundo de la lírica.

El mundo de la ópera, ¡ay, qué cuna de genios y dramas! No todo son aplausos y flores; a veces, las notas se desafinan fuera del escenario. Repasamos esos legados envueltos en controversias que sacudieron los cimientos de la música clásica. Prepárense para cotilleos de altura.

Wagner y el antisemitismo un legado complicado

Wagner y el antisemitismo un legado complicado

Ay, Wagner, Wagner… ¡Qué genio! ¡Qué drama! ¡Y qué dolor de cabeza! Si la ópera fuera un pastel, la de Wagner sería una Selva Negra: deliciosa, compleja, pero con un amargor que a algunos les revuelve el estómago. Hablamos, claro, de su archiconocido antisemitismo, un ingrediente que, queramos o no, está presente en cada bocado de su monumental obra.

No nos engañemos, señoras y señores, el antisemitismo de Wagner no era un simple “ay, qué mal me caen los judíos”. ¡No! Era un componente central de su visión del mundo. Sus escritos, como “El judaísmo en la música”, son un claro ejemplo de su odio. En ellos, Wagner argumentaba que los judíos eran incapaces de crear verdadero arte porque, según él, carecían de raíces en la cultura alemana. ¡Qué barbaridad!

¿Y cómo afectó esto a su ópera? Pues, aunque no lo crean algunos, directamente. Se dice que personajes como Mime en *El anillo del nibelungo* son caricaturas antisemitas. ¡Imagínense! Un enano codicioso, astuto y… bueno, ustedes ya saben. La cosa se pone más turbia cuando consideramos que Wagner era un ídolo para Hitler. ¡Ay, Dios mío! La conexión entre su música y la ideología nazi es un tema que sigue generando debates acalorados hasta el día de hoy. Pueden leer más sobre la influencia del arte en nuestra sociedad en este artículo: https://onabo.org/la-opera-como-motor-de-cambio-social/.

Y luego tenemos a Cosima, su esposa. Hija de Franz Liszt, ¡menuda joyita! Ella también compartía las ideas de su marido, y después de su muerte, se encargó de mantener vivo su legado… y, por supuesto, también su antisemitismo. ¡Qué familia! Cosima dirigió el Festival de Bayreuth con mano de hierro, asegurándose de que la visión de Wagner se mantuviera intacta.

Ahora bien, ¿podemos separar al artista de su arte? Esa es la pregunta del millón. Algunos dicen que sí, que debemos apreciar la belleza de su música sin prestar atención a sus ideas. Otros dicen que no, que es imposible ignorar el veneno que impregna su obra. ¡Un dilema!

Yo les cuento una anécdota. En una producción de *Los maestros cantores de Núremberg* que vi hace unos años, el director decidió resaltar el antisemitismo de la obra, mostrando a los personajes judíos como víctimas de la intolerancia. ¡La que se armó! Hubo gente que aplaudió la valentía del director, mientras que otros lo acusaron de distorsionar la obra de Wagner. ¡Imagínense el debate en el entreacto!

En la actualidad, muchas producciones de Wagner intentan abordar este tema de frente. Se organizan debates, se incluyen notas en los programas de mano, se busca contextualizar la obra. Se trata, en fin, de no barrer la basura debajo de la alfombra. Porque, seamos honestos, el legado de Wagner es complicado, muy complicado. Un legado que nos obliga a reflexionar sobre la relación entre el arte, la moral y la historia. Y, sobre todo, un legado que nos recuerda que incluso los genios más grandes pueden tener sombras muy oscuras.

Caruso un tenor con fama de temperamental

Caruso, ¡ay, Caruso! El tenor de Nápoles, el hombre que hacía llorar a las abuelas y suspirar a las jovencitas. Pero, ¡ojo!, que no todo era miel sobre hojuelas en la vida de este divo. Dicen que tenía un genio… digamos, *peculiar*.

Para empezar, las rivalidades. ¡Uy, mamá! Cuentan que con algunos colegas se llevaba peor que perro y gato. Que si envidias por los aplausos, que si celos por las sopranos… Un culebrón digno de una ópera bufa. Y claro, los desplantes en el escenario. Porque cuando a Caruso se le metía algo en la cabeza, ¡ay, temblad todos! Que si un día no le gustaba la iluminación, que si otro la orquesta estaba desafinada… Cualquier excusa era buena para armar un escándalo. ¡Un show dentro del show!

Y luego, sus líos legales. ¡Ay, Dios mío! En 1906 fue arrestado en el zoológico, acusado de manosear a una mujer. Él juró y perjuró que era inocente, que todo era un malentendido, ¡que solo estaba admirando a los monos! Pero el caso le persiguió como una sombra y afectó su imagen pública. Imaginen el revuelo: ¡Caruso en la cárcel! ¡La noticia corrió como pólvora! Aunque fue absuelto, el daño ya estaba hecho. Por supuesto, los medios se hicieron un festín.

Pero no nos engañemos, su voz era un portento. Un torrente de emociones que inundaba el teatro. Cuando cantaba “Vesti la giubba” de *Pagliacci*, ¡hasta el más insensible soltaba una lagrimita! Y las damas se derretían con sus serenatas. Era un artista inmenso, un volcán en erupción constante.

Su vida amorosa, ¡otro tema jugoso! Amores tormentosos, pasiones desbordadas, romances prohibidos… Era un conquistador nato. Se casó con Dorothy Benjamin, pero antes tuvo una relación con Ada Giachetti, de la que nacieron dos hijos. Dicen que era un hombre generoso, pero también impulsivo y celoso. ¡Un galán de telenovela!

Y su estilo de vida… ¡para qué les cuento! Fiestas fastuosas, trajes carísimos, joyas deslumbrantes… Era un dandi, un sibarita, un amante del lujo y el buen vivir. Gastaba a manos llenas, como si el dinero le quemara en las manos. Pero claro, con la fortuna que ganaba, ¡quién le iba a decir nada!

¿Su genio creativo estaba ligado a su carácter conflictivo? Quién sabe. Tal vez esa energía desbordante, esa pasión irrefrenable, era la misma que alimentaba su arte. Lo cierto es que Caruso fue un hombre de contrastes, un genio y figura hasta la sepultura. Para conocer más sobre el impacto de la música en nuestras vidas, puedes visitar https://onabo.org/la-opera-como-motor-de-cambio-social/.

En sus actuaciones más polémicas, como su interpretación de “Celeste Aida” en el Metropolitan Opera House, se decía que cambiaba notas, alargaba frases y hacía lo que le daba la gana, solo por fastidiar al director. Y cuando le abucheaban, ¡peor se ponía! Contestaba al público, hacía gestos obscenos y hasta llegó a abandonar el escenario en plena función. ¡Un auténtico showman!

Y hablando del juicio… madre mía, qué culebrón. La acusación era grave: agresión sexual. Él lo negó todo, alegando que era víctima de una conspiración. Pero la prensa sensacionalista no le dio tregua. Le llamaron “el monstruo del zoológico”, “el tenor depravado” y otros epítetos poco favorecedores. El juicio fue un circo mediático, con testimonios contradictorios, pruebas circunstanciales y mucha especulación. Al final, Caruso fue absuelto por falta de pruebas, pero su reputación quedó manchada para siempre.

Caruso, un tenor de leyenda, un hombre de pasiones desbordadas, un artista genial y un personaje controvertido. Un legado polémico, sí, pero también imborrable.

Strauss y su relación con el Tercer Reich una mancha en su carrera

¡Ay, mis queridos amantes del drama y la buena música! Hoy nos toca hablar de un tema espinoso, uno que nos hace arrugar la nariz como soprano desafinada: la relación, digamos, *complicada* de Richard Strauss con el régimen nazi. ¡Uf, qué tema!

Strauss, ese genio que nos regaló joyas como “Salomé” y “El Caballero de la Rosa”, se vio envuelto en una madeja política que manchó su reputación. ¿Cómo un artista de su calibre pudo caer en las redes del Tercer Reich? ¿Fue ingenuidad, ambición o algo más oscuro? ¡Prepárense para el chismorreo operístico más jugoso!

La cosa es que, allá por los años 30, Strauss era una figura consagrada, ¡un ídolo! Y el régimen nazi, astuto como zorro en gallinero, vio en él una oportunidad de oro para legitimar su imagen. Le ofrecieron la presidencia de la *Reichsmusikkammer*, la Cámara de Música del Reich. ¡Imagínense el poder! Al principio, Strauss aceptó. Algunos dicen que lo hizo por su nuera judía y sus nietos, buscando protegerlos. Otros, que simplemente quería mantener su posición y seguir componiendo. ¡La verdad, solo él la sabía!

Pero claro, el asunto se complicó. Strauss, aunque aparentemente colaboraba, no era precisamente un nazi de corazón. De hecho, tuvo sus más y sus menos con el régimen. Un ejemplo clarísimo es su ópera “Die schweigsame Frau” (“La mujer silenciosa”). ¡Qué joyita! El libreto era de Stefan Zweig, un escritor judío, lo que no hizo ninguna gracia a los mandamases nazis. La ópera se estrenó en 1935, pero fue prohibida después de solo tres representaciones. ¡Tremendo escándalo!

Después de la guerra, Strauss intentó justificarse, alegando que solo quería proteger a su familia y preservar la música alemana. Pero las cartas que escribió en esa época revelan una ambivalencia que da qué pensar. Algunos lo tildaron de oportunista, otros de ingenuo, y otros simplemente de un hombre atrapado en un momento histórico terrible.

El legado de Strauss, por supuesto, quedó marcado por este episodio. Es imposible escuchar su música sin pensar en su relación con el nazismo. ¿Podemos separar al artista de su contexto histórico? ¿Debemos juzgarlo con los ojos del presente? ¡Uf, qué dilema!

Lo cierto es que la figura de Strauss sigue generando debate. Su talento es indiscutible, pero su comportamiento durante el Tercer Reich deja un sabor amargo. Es como una nota disonante en una melodía perfecta, una mancha en un lienzo brillante. Y como la *Reichsmusikkammer*, su legado quedó irremediablemente vinculado a un periodo oscuro de la historia.

¿Fue un genio incomprendido o un colaboracionista? ¡Ah, el misterio persiste! Lo que sí es seguro es que su historia nos invita a reflexionar sobre la responsabilidad de los artistas y el poder de la música en tiempos de crisis. Y mientras tanto, yo, María Exaltas, seguiré aquí, contándoles los chismes más jugosos del mundo de la ópera. ¡Hasta la próxima, mis queridos!

Von Karajan el director que sedujo al mundo y a Hitler

Herbert von Karajan, ¡ay, Karajan!, el káiser de la batuta, el director que hipnotizaba al público con solo una mirada. Su elegancia, su magnetismo… ¡un rockstar de la música clásica! Pero, como toda gran diva, tenía su lado oscuro, un pasado que lo perseguiría como la sombra a Peter Pan. ¿El chisme? Su afiliación, ¡oh, la, la!, al partido nazi.

Sí, mis amantes del drama, Karajan se unió al partido en 1935, ¡antes de que fuera cool! Bueno, no, nunca fue cool. Pero el punto es que esa mancha en su currículum lo persiguió incluso después de que las bombas dejaran de caer. ¿Oportunismo? Muchos lo acusaron de subirse al carro del poder para impulsar su carrera. “¡Claro, María, quién no querría codearse con Hitler!”, me dirán. Pero, ¿realmente era tan simple?

La verdad es que las pruebas son confusas. Algunos dicen que era un ferviente admirador del régimen, otros que solo quería asegurarse un lugar en el mundo musical. Lo que sí es innegable es que su talento era arrollador. ¡Un genio, vamos! Sus interpretaciones de Wagner, Beethoven, ¡uff!, te ponían la piel de gallina. Y su carisma… ¡ay, su carisma! Era capaz de vender hielo a un esquimal.

Después de la guerra, la cosa se puso tensa. Muchos le dieron la espalda, ¡normal! Pero Karajan, con su labia y su talento, logró resurgir de las cenizas como el mismísimo Ave Fénix. Director vitalicio de la Orquesta Filarmónica de Berlín, fundador del Festival de Pascua de Salzburgo… ¡el hombre era imparable!

¿Cómo lo hizo? Pues, con mucho trabajo, mucha diplomacia y, seamos honestos, mucha vista gorda por parte de algunos. Digamos que el mundo de la música clásica necesitaba un ídolo, y Karajan encajaba a la perfección, a pesar de todo.

Pero no todo fue miel sobre hojuelas. Las acusaciones de su pasado siempre volvían a la superficie, como un fantasma en el camerino. Algunos directores se negaban a trabajar con él, otros lo evitaban como a la peste. Pero Karajan, con su porte de emperador, seguía adelante, dirigiendo orquestas y grabando discos como si nada hubiera pasado.

¿Mi opinión? Pues, creo que era un hombre complejo, lleno de contradicciones. Un genio musical, sin duda, pero también un tipo ambicioso, quizás demasiado. ¿Su afiliación al partido nazi fue un acto de oportunismo? Probablemente. ¿Lo justifico? ¡Ni pensarlo! Pero tampoco puedo negar su talento.

Y es que, mis queridos, la vida no es blanco y negro. A veces, los genios tienen manchas, y los villanos tienen su corazoncito. Lo importante es no olvidar el pasado, pero tampoco dejar que nos impida disfrutar de la belleza que nos legaron. Como la que podemos encontrar en https://onabo.org/la-importancia-de-apoyar-a-artistas-nacionales/.

Ahora, si quieren más chismecito jugoso, ¡corran a escuchar nuestro podcast “Secretos del Camerino”! Y no olviden seguirnos en redes sociales para su dosis diaria de drama lírico. ¡Los quiero!

“Y para que no digan que no les cuento todo…”

Estos legados polémicos nos recuerdan que incluso los grandes genios son seres humanos con sus propias luces y sombras. Sus vidas, marcadas por el éxito y el escándalo, nos invitan a reflexionar sobre la complejidad del arte y la moral. Al final, queda su música, que sigue resonando en nuestros corazones.


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