Secretos y escándalos Historias poco conocidas ópera
Desentrañando los dramas detrás del telón: Anécdotas jugosas y curiosidades del mundo de la ópera que nunca imaginaste.
La ópera, ese crisol de voces gloriosas y dramas apasionados, guarda tras bambalinas un sinfín de historias aún más jugosas que las que se representan en el escenario. Prepárense para un viaje a través de los secretos mejor guardados y los escándalos más sonados que han sacudido el mundo de la lírica.
El fiasco de la noche del estreno de Madame Butterfly
El fiasco de la noche del estreno de Madame Butterfly
¡Ay, mis queridos melómanos! Prepárense para una historia de aquellas, un auténtico culebrón operístico que involucra abucheos, balidos y un genio musical al borde del colapso. Hoy les traigo el relato del estreno más desastroso que Giacomo Puccini jamás haya presenciado: ¡la noche en que Madame Butterfly fue literalmente despedazada en La Scala de Milán!
Corría el año 1904 y Milán era el epicentro de la cultura italiana. Puccini, ya consagrado como un maestro, presentaba su nueva criatura, una ópera ambientada en Japón con una geisha como protagonista. ¡Un drama exótico y romántico que prometía encantar al público! ¡Ja! ¡Pobre iluso!
Desde el momento en que se levantó el telón, todo fue cuesta abajo. El público, que siempre tiene algo que decir (y usualmente no es bueno), comenzó a murmurar. Al principio, eran leves cuchicheos, pero pronto se transformaron en risitas socarronas. Para cuando Cio-Cio-San (Butterfly) entonó su primera aria, ¡el teatro era un auténtico gallinero!
Pero la cosa no quedó ahí. Los más osados comenzaron a imitar balidos de ovejas (¡Beee!) y maullidos de gatos (¡Miau!). Imaginen la escena: ¡una soprano intentando expresar su amor trágico mientras el público la interrumpe con ruidos de animales! ¡Un verdadero circo!
¿Pero por qué tanta crueldad? Varias teorías circulan. Algunos dicen que la duración de la ópera, dividida en dos actos larguísimos, agotó la paciencia de los asistentes. Otros argumentan que el estilo innovador de Puccini, con armonías audaces y una orquestación inusual, no fue del gusto de todos. ¡Demasiado moderno para sus oídos conservadores!
Y luego está la teoría más jugosa: ¡una claque pagada por los rivales de Puccini! Al parecer, había algunos compositores celosos de su éxito que no dudaron en sabotear el estreno. ¡El mundo de la ópera es más competitivo de lo que parece! Si esto es cierto, ¡vaya forma de tirar el dinero!
El fiasco fue tal que Puccini, devastado, retiró la ópera inmediatamente. ¡Imagínense el golpe para su ego! Según cuentan las crónicas, el maestro se encerró en su casa durante días, sumido en la depresión. ¡Casi lo perdemos!
Pero Puccini era un luchador. Después de analizar las críticas y reflexionar sobre lo sucedido, se puso manos a la obra y revisó la ópera por completo. Dividió el segundo acto en dos, eliminó algunas escenas y añadió nuevos pasajes. ¡Un lavado de cara total!
Tres meses después, Madame Butterfly resurgió de sus cenizas en Brescia. ¡Y esta vez fue un triunfo apoteósico! El público la aclamó de pie, rendido ante la belleza de la música y la emotividad de la historia. ¡Una reivindicación en toda regla! Este triunfo resonó en el mundo, y la obra pronto se consagró como un estándar del repertorio, como exploramos en https://onabo.org/la-opera-como-motor-de-cambio-social/.
Así que ya lo saben, mis queridos lectores. Incluso los genios más grandes pueden tropezar. Pero lo importante es levantarse, aprender de los errores y seguir adelante. ¡Y si alguien intenta sabotear tu trabajo, recuerda que la revancha es un plato que se sirve frío, preferiblemente con una buena dosis de aplausos! ¡Hasta la próxima, chismosos!
La soprano y el zar ruso Una conexión inesperada
**La soprano y el zar ruso Una conexión inesperada**
Ay, mis queridos melómanos, ¡prepárense para un chismecito de alcurnia y diamantes! Hoy les traigo una historia digna de un libreto de ópera, protagonizada por la incomparable Adelina Patti y el mismísimo zar Alejandro II de Rusia. ¡Imagínense la escena!
Adelina Patti, una soprano que, bueno, dejaba sin aliento hasta a las estatuas de mármol. Su voz era como un torrente de miel y su presencia escénica, ¡un volcán en erupción! No era raro que reyes y magnates se rindieran a sus pies, pero la relación con el zar Alejandro II, ¡ay, esa sí que dio de qué hablar!
Resulta que el zar, hombre de gustos refinados y, seamos honestos, con una debilidad por las bellezas, quedó completamente embelesado por la Patti. Cada vez que ella pisaba suelo ruso, ¡era una fiesta! El zar la agasajaba con regalos que harían sonrojar a un jeque petrolero. Joyas deslumbrantes, broches con diamantes más grandes que huevos de paloma, y, atención, ¡un carruaje tirado por caballos blancos! Sí, sí, como lo oyen, ¡blancos como la nieve y con arneses de oro! Uno casi podía escuchar a los coros celestiales acompañando su paseo triunfal.
Ahora bien, aquí viene lo jugoso: ¿era amor, admiración o simple capricho imperial? Los rumores corrían como reguero de pólvora por los salones de San Petersburgo. Algunos decían que era una relación puramente platónica, un flechazo artístico entre un monarca sensible y una artista sublime. Otros, más maliciosos, susurraban sobre encuentros secretos a la luz de la luna y cartas de amor perfumadas con esencia de rosas búlgaras. La verdad, amigos míos, se perdió entre los pliegues de la historia, pero la especulación, ¡esa sigue viva!
Y para que vean que no les cuento cuentos chinos, aquí va una anécdota que me contó una condesa (cuyo nombre, por supuesto, no puedo revelar, ¡la discreción es mi fuerte!). Una noche, después de una función en el Teatro Mariinsky, el zar invitó a la Patti a cenar a solas en sus aposentos privados. Hasta ahí, todo bien, ¿no? El problema es que la cena se prolongó más de lo previsto, y la nobleza rusa, que esperaba impaciente el inicio de la siguiente ópera, empezó a mosquearse. ¡Indignación generalizada! “¿Cómo se atreve el zar a retrasar una función por una simple cantante?”, decían algunos, olvidando convenientemente que esa “simple cantante” era Adelina Patti, ¡la diva de divas! Al final, la función comenzó con un retraso considerable, y las miradas furibundas de los nobles, dirigidas al palco imperial, podían cortar el aire. ¡Qué momento! Sin duda este tipo de sucesos impulsan el desarrollo cultural en México.
Así era la vida en la ópera, mis queridos lectores: drama, pasión, intrigas y, por supuesto, ¡mucho chismorreo! Y recuerden, si alguna vez se cruzan con un zar enamorado o una soprano irresistible, ¡no olviden invitar a María Exaltas para que tome nota!
La maldición de La Forza del Destino
¡Ay, mis queridos melómanos! Si pensaban que la ópera era solo drama en el escenario, ¡prepárense para un acto extra detrás del telón! Hoy nos adentraremos en el misterioso mundo de las maldiciones operísticas, y no cualquier maldición, sino la que pesa sobre *La Forza del Destino* de Verdi. ¡Agárrense que vienen curvas!
Esta ópera, señores, tiene más mala fama que un gato negro cruzándose en tu camino un viernes 13. Se dice que trae mala suerte, y no solo un resfriado de esos que te dejan sin voz para cantar, ¡no! Hablamos de accidentes, enfermedades repentinas e incluso, ¡la mismísima muerte!
A lo largo de los años, *La Forza* ha sido señalada como la causante de un sinfín de calamidades. Uno de los casos más sonados es el del pobre Felix Mottl, un director de orquesta alemán con una trayectoria impecable. Resulta que, en 1911, mientras dirigía la ópera en Múnich, ¡se desplomó! Sí, así como lo oyen. Murió pocos días después, dejando a todos con la boca abierta y un escalofrío recorriendo la espina dorsal. ¡Pobre hombre!
Pero la cosa no termina ahí. La lista de incidentes es larga y variopinta. Cantantes que se quedan afónicos justo antes de una función crucial, escenografías que se derrumban inexplicablemente, bailarines que se tuercen un tobillo en el momento menos oportuno… ¡Un verdadero culebrón! Algunos incluso juran haber visto fantasmas rondando los teatros durante los ensayos. ¿Será el espíritu de Verdi vengándose de alguna mala interpretación? ¡Quién sabe!
¿Y por qué tanta mala vibra alrededor de esta ópera en particular? Algunos dicen que es por la trama, tan llena de fatalidad, venganza y muerte. Otros, más supersticiosos, creen que hay una energía negativa impregnada en la partitura. Yo, personalmente, creo que es una mezcla de todo. Al final, el mundo de la ópera es un caldo de cultivo para las supersticiones. Los cantantes, con sus nervios a flor de piel, son especialmente propensos a creer en estas cosas.
Lo cierto es que muchos teatros de ópera toman precauciones especiales cuando programan *La Forza del Destino*. Algunos evitan representarla en ciertas fechas consideradas de mala suerte, mientras que otros recurren a rituales para alejar los malos espíritus. ¡No me extrañaría que algunos hasta contraten a un chamán! Y hablando de cosas interesantes, te recomiendo que le eches un ojo a https://onabo.org/la-opera-como-motor-de-cambio-social/ para que veas como la ópera puede inspirar a la sociedad.
En fin, queridos míos, que *La Forza del Destino* es mucho más que una ópera. Es una leyenda, un mito, una advertencia. Así que ya lo saben, la próxima vez que vayan a verla, ¡crucen los dedos y recen a su santo favorito! ¡Nunca se sabe lo que puede pasar! Y recuerden, ¡en el mundo de la ópera, la realidad siempre supera a la ficción!
Cuando Pavarotti olvidó su texto un escándalo celestial
Dicen que hasta al mejor escribano se le va un borrón. Y vaya borrón que le ocurrió al mismísimo Luciano Pavarotti, el rey del do de pecho, la voz que hacía temblar los teatros. Imaginen la escena: ‘L’elisir d’amore’, una ópera ligera, chispeante, donde el amor y el vino fluyen a raudales. Pavarotti, como Nemorino, estaba en su salsa. ¡O eso creíamos!
De repente, en mitad de una aria, ¡zas! El silencio. Un silencio sepulcral, más denso que la niebla en un cementerio. Los músicos se miraron, el director alzó una ceja (y eso que ya las tenía bien arriba), y el público contuvo el aliento. ¿Qué pasaba? Pues que Pavarotti, nuestro Luciano, se había quedado en blanco. La mente a cero, como una pizarra recién borrada.
Dicen que vio pasar su vida entera en esos segundos. Y para rellenar el hueco, el pánico escénico lo invadió. Empezó a improvisar. Pero no improvisaba versos de amor, no. Improvisaba una ensalada de sílabas sin sentido, una jerigonza operística que haría sonrojar a un loro tartamudo. Era como si un gato estuviera intentando cantar ópera después de haber bebido tres tazones de leche.
La soprano Joan Sutherland, una profesional de los pies a la cabeza, intentó salvar la situación. Con una sonrisa congelada, le daba pie para que retomara el hilo. Pero Pavarotti, perdido en la inmensidad de su lapsus, seguía balbuceando incoherencias. La escena era surrealista, digna de una película de Buster Keaton. Algunos espectadores empezaron a reírse nerviosamente, otros tosían para disimular. Y los más puristas, seguro, estaban a punto de un ataque de nervios.
¿Qué pudo causar semejante descalabro? Las teorías son variadas y jugosas. Algunos dicen que el estrés de una agenda apretadísima le pasó factura. Otros, que el cansancio acumulado lo dejó K.O. mentalmente. Y los más maliciosos (y mis favoritos, confieso) murmuran sobre una botella de Lambrusco de más antes de salir a escena. ¡Ay, Luciano, quién no ha pecado alguna vez! Digamos que la importancia de apoyar a artistas nacionales y a veces necesitamos un empujoncito.
Sea cual sea la razón, lo cierto es que aquella noche Pavarotti nos regaló una anécdota para la historia. Una demostración de que hasta los dioses del Olimpo operístico pueden tener un momento de debilidad. Una prueba de que, al final, todos somos humanos, demasiado humanos.
Si quieren más historias jugosas y secretitos del mundo de la ópera, ¡no se pierdan nuestro podcast exclusivo ‘Secretos del Camerino’! Allí encontrarán chismes, intrigas y anécdotas que harán las delicias de los amantes del bel canto. ¡Y no olviden seguirnos en redes! Porque la ópera, señoras y señores, es mucho más que música: es un culebrón con arias.
“Y para que no digan que no les cuento todo…”
Desde fiascos épicos hasta romances zaristas, la ópera revela sus costuras. Estos episodios demuestran que, detrás de las arias y los vestuarios suntuosos, hay seres humanos con pasiones, errores y dramas tan intensos como los que representan en el escenario. La ópera es un reflejo magnificado de la vida misma.
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