Ópera entre Bambalinas Secretos y Escándalos Desclasificados
Descorremos el telón para revelar las historias más jugosas y los chismes mejor guardados del mundo de la ópera. ¡Agárrense que vienen curvas!
La ópera, ese universo de voces angelicales y dramas exacerbados, esconde tras sus fastuosas cortinas un sinfín de intrigas y anécdotas dignas de culebrón. Prepárense para un viaje a las bambalinas, donde los egos chocan, los romances florecen y las notas desafinadas son el menor de los problemas.
La Diva Indomable y el Canario Desafinado
Aquí María Exaltas, con más chismecito operístico para ustedes, ¡mis queridísimos lectores! Agárrense las pelucas, que esta historia tiene más giros que una fuga de Bach. Hoy les traigo el relato de “La Diva Indomable y el Canario Desafinado”. ¡Ay, Dios mío, qué tiempos aquellos!
Imaginen, mis amores, el Gran Teatro de… bueno, digamos, ¡de las Camelias en Flor! Una noche de gala. El telón a punto de levantarse para *Tosca*. En el papel de la sufrida Floria, la mismísima Isabella di Fiori, una soprano con más genio que Pavarotti comiendo espagueti. Y como su amado Mario Cavaradossi, el pobre Paolo Bellini, un tenor con una voz… digamos… *peculiar*. Paolo, pobre criatura, tenía un don para desafinar en los momentos más inoportunos. ¡Un canario con tortícolis, lo llamaban algunos!
Isabella, con su temperamento volcánico, ya había lanzado miradas fulminantes al apuntador por un problema con el atrezzo. La pobre criatura temblaba más que gelatina en terremoto. Y Paolo, ajeno a la tormenta que se avecinaba, afinaba (o eso intentaba) en su camerino. ¡Ay, qué nervios!
Llegó el momento crucial. El famoso “¡Vissi d’arte, vissi d’amore!” de Tosca. Isabella, majestuosa, comenzó su aria. El público, embelesado. ¡Pero esperen! En el clímax de la pieza, cuando Tosca suplica a Scarpia, ¡PUM! Un agudo estridente, un gallo monumental, brotó de la garganta de Paolo, que debía estar preparándose para su entrada.
El teatro entero contuvo la respiración. Isabella, con los ojos inyectados en sangre, interrumpió su aria. “¡Paolo!”, bramó, con una voz que podría haber derrumbado las paredes del teatro. “¡Paolo, eres un inepto! ¡Un desastre! ¡Un castrato con laringitis!”.
Paolo, asustado, apareció tímidamente en el escenario, con su traje de pintor manchado de… ¿vino tinto? “Isabella, querida… yo…”.
Pero Isabella no estaba para disculpas. Se arrancó el collar de perlas (¡auténticas, por supuesto!) y lo arrojó al suelo. “¡Esto es una humillación!”, gritó. “¡Me niego a cantar con este… este… tenor de tercera!”.
El director, pálido como una hoja de papel, intentó calmarla. Los demás cantantes se escondían tras el decorado, temiendo ser las próximas víctimas de la furia de la diva. El público, dividido entre el pánico y la fascinación, murmuraba.
Entonces, ocurrió lo inesperado. En medio del caos, una anciana del público, con un sombrero adornado con plumas que parecían haber escapado de un gallinero, se levantó y gritó: “¡Brava, Isabella! ¡Tiene toda la razón! ¡Ese tenor es un desastre!”.
La multitud estalló en aplausos y vítores. Isabella, sorprendida, sonrió con suficiencia. “Gracias, querida”, dijo, con una reverencia exagerada. “Veo que usted sí tiene buen gusto”.
Después de una pausa dramática, Isabella decidió, con un guiño al público, que continuaría la función. Paolo, humillado pero aliviado, fue discretamente reemplazado por el barítono que hacía de Scarpia, que, para sorpresa de todos, se sabía la parte de Cavaradossi.
La función continuó, aunque con un aire de surrealismo cómico. Isabella, convertida en heroína popular, cantó con una pasión aún mayor. Y el público, extasiado por el drama dentro y fuera del escenario, la ovacionó de pie.
Al día siguiente, los periódicos estaban llenos de titulares: “¡La Diva Domina al Canario Desafinado!” y “¡*Tosca* Termina en Caos (y Éxito)!”. Paolo, por supuesto, fue el hazmerreír de la ciudad. Pero Isabella, siempre astuta, supo convertir el escándalo en una oportunidad. Utilizó la publicidad para lanzar una nueva línea de perfumes y para promocionar su autobiografía, titulada, por supuesto, “La Diva Indomable”. Y como buena celebridad que era, apoyó a causas nobles, como ésta: la importancia de apoyar a artistas nacionales. ¡Qué mujer!
¡Y así, mis queridos, es como una noche desastrosa en el teatro se convirtió en leyenda! ¡Hasta la próxima, con más chismecitos operísticos! ¡No se pierdan el próximo episodio, donde les contaré de cuando el regidor bebió más de la cuenta! ¡Será un escándalo!
Cuando el Regidor Bebió Más de la Cuenta
¡Ay, mis queridos amantes del drama (y no solo en el escenario)! Prepárense para una historia que hará que se les caiga el monóculo. Hoy les traigo un relato de aquellos que te hacen pensar: “¿En serio pasó esto?”. Sí, pasó. Y yo, María Exaltas, estoy aquí para contárselo todo.
Imaginen la escena: una noche de estreno, el teatro a rebosar, las damas con sus mejores galas, los caballeros con sus caras de “entiendo de ópera” (aunque algunos seguro que no distinguían a Verdi de Vivaldi). La tensión se podía cortar con un cuchillo. Y en bambalinas, el caos reinaba. Pero no el caos creativo y controlado, ¡no! Un caos… etílico.
Nuestro protagonista es el regidor. Llamémosle… Don Próspero, por decir algo. Don Próspero, hombre de confianza, con años de experiencia, conocedor de cada rincón del teatro. Pero también, ay, amigo de Baco. La noche anterior al estreno, Don Próspero había celebrado, digamos, con entusiasmo, la inminente puesta en escena. Y cuando digo “entusiasmo”, me refiero a que vació más botellas que el coro en una fiesta de fin de temporada.
El resultado, claro, fue desastroso. La ópera en cuestión era una tragedia épica, llena de cambios de escena espectaculares y efectos especiales impresionantes. Pero, gracias a Don Próspero (o mejor dicho, gracias a las copas de Don Próspero), todo se convirtió en una comedia involuntaria.
Para empezar, el telón se levantó con quince minutos de retraso, dejando al público con la mosca detrás de la oreja. Pero lo mejor estaba por venir. En la primera escena, que requería una majestuosa aparición de la reina en su trono, la reina apareció… ¡sentada en una silla de utilería! Al parecer, Don Próspero había olvidado por completo accionar el mecanismo que elevaba el trono. La soprano, una profesional como la copa de un pino, disimuló como pudo, pero el murmullo en la sala era ensordecedor.
Luego, en la escena del juicio, donde debían caer rayos y truenos (efectos especiales, recuerden), lo único que cayó fue… ¡un foco! Sí, un foco se desprendió del techo y estuvo a punto de aplastar al barítono. Este, ni corto ni perezoso, soltó un improperio que no estaba en el libreto, pero que reflejaba a la perfección su estado de ánimo. Pueden encontrar más información sobre cómo la ópera impulsa el desarrollo cultural en México https://onabo.org/como-la-opera-impulsa-el-desarrollo-cultural-en-mexico/.
Pero la cereza del pastel fue cuando, en el clímax de la obra, donde el héroe debía blandir una espada mágica, ¡la espada había desaparecido! Busquen la lógica, yo no la encuentro. Resulta que Don Próspero, en su estado de confusión, había guardado la espada en su casillero, pensando que era un paraguas. El tenor, desesperado, tuvo que improvisar una lucha con un atizador que encontró en el suelo. ¡Un atizador! Imagínense la escena.
El resto del equipo de tramoya, sudando la gota gorda, intentaba arreglar los desastres de Don Próspero. Corriendo de un lado a otro, moviendo decorados a destiempo, lanzando miradas asesinas al regidor, que dormitaba plácidamente en una silla, ajeno al caos que había provocado.
Al final, la ópera terminó (a duras penas), con el público dividido entre la indignación y la carcajada. Don Próspero, por supuesto, fue despedido al día siguiente. Aunque, según cuentan, lo volvieron a contratar al cabo de un tiempo. Dicen que nadie conocía el teatro como él… y que, además, aprendió la lección (o eso esperamos). Y así, mis queridos, es como una noche de copas puede convertir una tragedia épica en una farsa inolvidable. ¡Hasta la próxima!
El Compositor Enamorado de su Musa
¡Ay, mis queridos melómanos! Prepárense para un culebrón digno de la mismísima Scala de Milán. Hoy les traigo una historia de esas que encienden los camerinos y hacen temblar los teatros. ¡Agárrense!
Nuestro protagonista es un compositor, al que llamaremos (para proteger a los culpables, ¡ja!) Maestro “Ardiente Corazón”. Un genio, sí, pero también un hombre… digamos… fácilmente inflamable. Estaba escribiendo una ópera épica, llena de duelos, dragones y doncellas en apuros (¡lo usual!). Pero claro, necesitaba una soprano que le diera vida a su heroína.
Y ahí apareció ella: la bellísima “Nightingale”. Una voz de ángel, una presencia escénica que derretía glaciares y, por lo visto, un efecto devastador en el corazón del Maestro Ardiente Corazón. ¡Cupido lanzó una flecha y le dio de lleno, vamos!
El hombre, ni corto ni perezoso, se obsesionó. Empezó a escribir arias imposibles, con agudos que solo Nightingale podía alcanzar (o eso decía él). ¡Era su manera de rendirle pleitesía! La trama de la ópera, que originalmente iba de la lucha de un pueblo contra un tirano, se transformó en una oda a la soprano. De repente, la heroína tenía más protagonismo que el mismísimo héroe. ¡Todo para que Nightingale brillara!
Claro, aquí es donde entra en escena la pobre esposa del Maestro, a la que llamaremos (por pura piedad) “Dolores”. Dolores, una mujer de armas tomar (y con razón), empezó a sospechar. Primero fueron las miraditas en los ensayos, luego las flores misteriosas (¡rojas, pasión!), y finalmente, las noches en vela del Maestro, “inspirado” por su musa. ¡Inspirado, mis narices!
La cosa llegó a un punto crítico en el ensayo general. Resulta que el Maestro, en un arrebato de “inspiración”, decidió añadir una escena (¡otra!) donde Nightingale, vestida con un traje que dejaba poco a la imaginación, cantaba una serenata al amanecer. Dolores no pudo más.
Imaginen la escena: el teatro repleto de críticos, mecenas y demás fauna operística. La orquesta afinando, el director dando las últimas instrucciones… y de repente, ¡un grito! Dolores, poseída por la furia de una valquiria, subió al escenario y le plantó un par de bofetadas al Maestro Ardiente Corazón. ¡Y no fueron precisamente suaves!
La cosa no quedó ahí. Dolores empezó a vociferar acusaciones, revelando los detalles del romance extramatrimonial del Maestro con la soprano. ¡Escándalo mayúsculo! Los críticos tomaron notas frenéticamente, los mecenas se atragantaron con sus canapés y los cantantes se escondieron detrás del decorado. ¡El estreno de la ópera pendía de un hilo!
¿Cómo terminó la historia? Bueno, digamos que el Maestro Ardiente Corazón tuvo que pedir perdón públicamente, Nightingale desapareció del mapa (al menos por un tiempo) y Dolores, demostrando una astucia digna de una heroína de ópera, negoció un acuerdo de divorcio de lo más jugoso. La ópera, increíblemente, se estrenó (con otra soprano, claro), aunque siempre se la conoció como “La Ópera del Escándalo”. ¡Y así es como la vida imita al arte, mis queridos! No olviden sintonizar nuestro podcast exclusivo ‘Secretos del Camerino’. Para más historias jugosas y detrás de escena, visita https://onabo.org/historias-poco-conocidas-opera-secretos-2/. ¡Y sígannos en redes para su dosis diaria de chismorreo lírico!
El Tenor Fantasma y la Partitura Maldita
¡Ay, mis queridos amantes de la ópera! Prepárense para sentir un escalofrío… uno musical, claro. Hoy les traigo una leyenda que pone los pelos de punta (y no precisamente por las notas altas imposibles). Hablamos del famosísimo Teatro del Lago Escondido, un lugar precioso… ¡y supuestamente embrujado!
Cuenta la leyenda (y algunos tramoyistas, que juran y perjuran haberlo visto) que el teatro está habitado por el fantasma de un tenor. No cualquier tenor, ¡ojo! Este era un tal Roberto, un astro en ascenso con una voz que hacía temblar los candelabros… literalmente. Pero, ¡ay!, la noche de su gran debut como Otello, un foco mal colocado (o, según otros, saboteado por un barítono envidioso) cayó sobre él. Fin de la función, fin de Roberto.
Desde entonces, el teatro, según dicen, nunca ha sido el mismo. Los más supersticiosos afirman que el espíritu de Roberto vaga por los pasillos, resentido por haber sido interrumpido en su momento de gloria. ¿Sus travesuras? ¡De todo tipo! Dicen que esconde partituras a directores orquestales justo antes del estreno, que cambia el orden de las páginas de los libretos, que baja la afinación de los pianos en plena función… ¡un verdadero dolor de cabeza para cualquier producción!
Una soprano (cuyo nombre, por supuesto, no revelaré para evitar represalias fantasmales) me contó, con los ojos como platos, que una vez, durante una representación de *Tosca*, sintió una helada ráfaga de aire justo antes de su aria más importante. “¡Era él, María, era él! ¡Quería arruinar mi momento!”, exclamó. ¿Y saben qué? ¡Se le olvidó la letra! Coincidencia… o la venganza de un tenor espectral.
Pero la cosa no acaba ahí. Varios miembros del personal del teatro (desde acomodadores hasta el jefe de utilería) aseguran haber escuchado una voz masculina cantando arias a altas horas de la noche, cuando el teatro está completamente vacío. Algunos incluso dicen haber visto una figura fantasmal vestida con un traje de Otello, vagando por el escenario. ¡Imagínense el susto!
“Una vez, estaba cerrando el teatro y escuché a alguien cantar ‘Nessun Dorma’ con una potencia increíble”, me contó un viejo conserje. “Me quedé paralizado del miedo. ¡Era la voz de Roberto, estoy seguro! Desde entonces, siempre dejo una ofrenda de flores en su camerino antes de irme”.
¿Será todo esto producto de la imaginación desbordada, del estrés de las producciones operísticas, o realmente el Teatro del Lago Escondido está embrujado? Quién sabe… pero lo que sí les puedo asegurar es que esta leyenda le añade un toque de misterio y diversión al mundo de la ópera. Y hablando de misterio, si quieren saber más sobre los secretos mejor guardados de los escenarios, ¡no se pierdan este artículo sobre https://onabo.org/historias-poco-conocidas-opera-secretos-2/!
Ahora, me pregunto… ¿será que el fantasma de Roberto es en realidad un crítico musical frustrado, empeñado en sabotear las producciones que no cumplen con sus altos estándares? ¡Quién sabe! Lo que sí sé es que la próxima vez que vaya al teatro, miraré con otros ojos a ese palco oscuro… ¡nunca se sabe quién (o qué) estará observando!
“Y para que no digan que no les cuento todo…”
Y así, queridos míos, llegamos al final de este viaje alocado por el mundo de la ópera. Esperamos que hayan disfrutado de estos chismes jugosos y anécdotas rocambolescas. Recuerden, detrás de cada aria sublime, hay un drama humano esperando ser descubierto. ¡Hasta la próxima función!
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