Secretos Revelados Hábitos Compositores Geniales
Descubre las manías y rutinas más extrañas de los genios de la música clásica, ¡te sorprenderás!
¿Alguna vez te has preguntado qué rituales seguían Mozart o Beethoven para crear sus obras maestras? Te asombrará saber que detrás de cada sinfonía hay peculiaridades que van desde baños de café hasta obsesiones con números. Prepárense para un viaje por las costumbres más insólitas de los grandes.
Café, Manzanas y Pelucas La Inspiración de Bach
Café, Manzanas y Pelucas La Inspiración de Bach
Ay, Johann Sebastian, ¡qué personaje! Dicen que era más metódico que un reloj suizo, y con una familia más numerosa que un coro de ópera italiana. Pero detrás de esa fachada de padre ejemplar y maestro de capilla, se escondía un hombre con unas costumbres… digamos, interesantes.
Para empezar, hablemos del café. ¡Bach era adicto! Imaginen la escena: la Alemania del siglo XVIII, las pelucas empolvadas, y Bach, ¡zas!, enchufándose tazas y tazas de café. No era un simple capricho, ¡no, no! Se rumorea que el café era su combustible creativo. Algunos dicen que las largas horas componiendo obras maestras como la *Misa en Si menor* eran posibles gracias a la cafeína. ¿Será cierto que las fugas y los contrapuntos nacían directamente de la inspiración que le daba el café? Yo digo que sí, ¡un chute de energía para el genio!
Pero la cosa no queda ahí. Además del café, Bach tenía una fijación con sus pelucas. ¡Ah, las pelucas! En esa época, eran símbolo de estatus, elegancia y… ¡inspiración! Se dice que Bach dedicaba tiempo y esfuerzo a mantener sus pelucas impecables. ¿Las peinaba él mismo? No lo sé, pero me imagino la escena: Bach, con su peluca perfectamente colocada, listo para componer. ¿Será que la peluca le daba ese aire de autoridad y distinción que necesitaba para crear? ¡Quién sabe! Lo que sí sabemos es que las pelucas eran parte integral de su imagen pública y, probablemente, de su proceso creativo.
Y las manzanas, ¡ay, las manzanas! Cuentan que siempre tenía una cesta llena de manzanas frescas a su lado. ¿Las comía mientras componía? ¿Las usaba como inspiración visual? No tengo la respuesta, pero me gusta pensar que sí. Quizás el color rojo brillante de la fruta, su forma perfecta, le recordaban la belleza y la armonía que buscaba en su música.
Ahora, hablemos de su vida familiar. ¡Bach tuvo veinte hijos! ¡Veinte! Era un padre dedicado, pero también un hombre muy ocupado. Se dice que era estricto con sus hijos, tanto en la disciplina como en la música. Algunos de sus hijos siguieron sus pasos y se convirtieron en compositores famosos, como Carl Philipp Emanuel Bach. ¿Será que la estricta educación musical que les dio su padre fue clave para su éxito? Seguramente, pero también me imagino las tensiones y las rivalidades entre hermanos… ¡un drama familiar digno de una ópera! Si quieres saber más sobre cómo el arte puede impulsar el desarrollo cultural, mira este enlace: https://onabo.org/como-la-opera-impulsa-el-desarrollo-cultural-en-mexico/.
En fin, Bach era un genio con sus manías y sus rarezas. Café, pelucas, manzanas y una familia numerosa: ingredientes clave para la creación de una música que sigue emocionando al mundo siglos después. ¡Qué viva Bach y sus excentricidades!
Mozart y la Coprofagia Musical ¿Realidad o Mito?
¡Ay, mis queridos melómanos! Prepárense, porque hoy vamos a hurgar en las profundidades… ¡de la mente de Mozart! Sí, sí, ya sé lo que están pensando: ¡¿Mozart y… popó?! Pero, ¡agárrense sus pelucas empolvadas!, porque este tema, por escatológico que parezca, es más común de lo que creen en los genios creativos.
Se dice, se rumorea, se cuchichea (¡y hasta se escribe en algunas cartas!) que Wolfgang Amadeus tenía una peculiar fascinación por lo… digamos… fecal. Algunos lo llaman “coprofagia musical”, ¡qué elegancia la de Francia! Pero, ¿de dónde viene todo esto? ¿Era Mozart un niño malcriado obsesionado con las bromas de retrete, o había algo más profundo en su “interés”?
Las cartas de Mozart a su prima Maria Anna Thekla Mozart (a la que llamaba “Bäsle”) son famosas por su humor… digamos… peculiar. Están llenas de juegos de palabras escatológicos y referencias a traseros y excrementos. ¡Imagínense la cara de la buena de Bäsle al leer esas cosas! ¿Era una forma de desahogo, de liberar tensiones en un genio sometido a la constante presión de crear obras maestras? ¡Quién sabe!
Pero la cosa no queda ahí. Algunos estudiosos afirman que esta “coprofagia” se manifiesta también en su música. ¡Sí, en la música! ¿Han escuchado con atención el canon “Leck mich im Arsch” (bésame el trasero, en español)? ¡Una joyita! Y no olvidemos las referencias escatológicas en algunas de sus óperas, como *Così fan tutte*.
Ahora, antes de que salgan corriendo a lavarse los oídos con jabón, pensemos un poco. ¿Podría ser que esta obsesión fuera una válvula de escape para un genio atormentado? Mozart era un hombre bajo una presión enorme. Su padre, un tanto dictador, lo exhibía como un fenómeno desde niño. Además, debía complacer a aristócratas caprichosos y lidiar con la constante incertidumbre económica. ¡Normal que necesitara reírse de algo, aunque fuera de cosas… poco finas!
Algunos psicólogos incluso sugieren que este tipo de humor puede ser una forma de rebelión contra las normas sociales, una manera de subvertir el orden establecido. ¡Mozart, un punk avant la lettre! Tal vez su fascinación por lo escatológico no era más que una forma de decir: “¡Al diablo con las convenciones! Yo hago lo que me da la gana”.
Claro, también hay quienes dicen que todo esto es una exageración, una simple cuestión de humor de la época. ¡Quién sabe! Lo que sí es seguro es que Mozart era un genio complejo, con sus luces y sus sombras, sus virtudes y sus… peculiaridades. Y, al final, ¿no es eso lo que nos hace humanos? Y si hablamos de impulsar el desarrollo cultural, podemos decir que Mozart y sus obras, hasta las más escatológicas, son parte fundamental de nuestro legado.
como la ópera impulsa el desarrollo cultural en mexico
Así que la próxima vez que escuchen una ópera de Mozart, presten atención. Quizás, entre las melodías celestiales, puedan encontrar un pequeño guiño… ¡a la escatología! ¡Hasta la próxima, mis chismosos musicales!
Beethoven Contando Granos y Sumergiéndose en Hielo
¡Mis queridos melómanos! Agarraos las pelucas porque hoy vamos a desvelar las manías más estrafalarias del genio de Bonn, ¡Ludwig van Beethoven! Un hombre atormentado, sí, pero también un genio que nos dejó un legado musical que pone la piel de gallina. Y, como todo genio que se precie, tenía sus rarezas… ¡y vaya rarezas!
Para empezar, ¡la obsesión con el café! Pero no era un simple “me gusta el café”, no, no. Beethoven tenía que contar *sesenta granos* de café cada vez que se preparaba su taza matutina. ¡Sesenta! Ni uno más, ni uno menos. Imaginaos la escena: el maestro, con cara de pocos amigos (como casi siempre, seamos honestos), ahí, contando granito a granito, como si la mismísima Novena Sinfonía dependiera de ello. Según algunos biógrafos, este ritual era una forma de control, una manera de poner orden en su caótica vida interior. Otros, más maliciosos, dicen que simplemente era un maniático de cuidado. ¡Quién sabe! Lo que sí sabemos es que si alguien se atrevía a tocar sus granos de café, ¡podía acabar oyendo una sonata… pero de gritos!
Pero la cosa no acaba ahí. ¡Agárrense que vienen curvas! Nuestro Ludwig también era un fanático de los baños de agua helada. ¡Sí, sí, como lo oís! Se sumergía en agua helada con la firme convicción de que esto estimularía su circulación y, por ende, su creatividad. ¡Brrr! Solo de pensarlo se me congelan las ideas. Algunos dicen que estos baños eran una especie de terapia para aliviar sus dolores (pobre, ¡ya sabemos lo mucho que sufrió!). Otros, que era una forma de “despertar” su genio interior. ¡Quizás pensaba que así se le ocurrían melodías más “frescas”! Sea como fuere, imagino a los sirvientes acarreando cubos de hielo mientras Beethoven se preparaba para su inmersión matutina… ¡un espectáculo digno de verse!
¿Estaban estas obsesiones relacionadas con sus problemas de salud? Probablemente. Su sordera, que comenzó a manifestarse a una edad relativamente temprana, debió de ser una fuente constante de angustia y frustración. Tal vez, estas rutinas eran una forma de aferrarse a algo, de encontrar un poco de estabilidad en un mundo que se volvía cada vez más silencioso. O quizás, simplemente, era un excéntrico de tomo y lomo.
“Beethoven era extremadamente desordenado. No solo sus ropas estaban en el suelo entre partituras y trozos de comida…”, cuentan algunos de sus contemporáneos. Parece que su casa era un auténtico caos, ¡un reflejo de su mente brillante pero atormentada!
¿Cómo afectaron estas rutinas a su proceso compositivo? Es difícil saberlo con certeza. Algunos creen que le ayudaban a concentrarse, a bloquear las distracciones y a sumergirse en su mundo interior. Otros, que eran una forma de procrastinación, una manera de evitar enfrentarse a sus demonios creativos. Lo que sí está claro es que Beethoven era un hombre de hábitos, un hombre que necesitaba rituales para sentirse en control. Y, al final, esos rituales, por extraños que parezcan, contribuyeron a crear la música que amamos.
En fin, mis queridos lectores, ¡la vida de los genios es un auténtico culebrón! Y si queréis saber cómo se usaba la ópera como motor de cambio social, no duden en leer nuestro blog. ¡Hasta la próxima, y no olvidéis contar vuestros granos de café! (¡O no! ¡Haced lo que os dé la gana!).
Wagner y los Tejidos Lujosos Un Nido de Inspiración
Wagner y los Tejidos Lujosos Un Nido de Inspiración
Ay, Richard, Richard… ¡Qué personaje! Si Beethoven contaba granos de café, Wagner contaba hilos de seda, ¡y no para bordar, precisamente! Este genio, tan brillante como polémico, tenía una debilidad que iba más allá de las sopranos con nombres impronunciables: los tejidos lujosos.
Imaginen esto: Wagner, el hombre que nos regaló El Anillo del Nibelungo, rodeado de terciopelos color burdeos, sedas orientales y perfumes exóticos. ¡Un verdadero sultán de la armonía! Él creía, con fervor casi religioso, que un ambiente opulento era el combustible necesario para su creatividad. Su casa no era un hogar, ¡era un nido de inspiración!
Se dice que Wagner pasaba horas eligiendo la tela perfecta para sus cortinas, el tapiz ideal para sus sillones, el aroma que debía impregnar cada rincón. Nada era al azar. Cada detalle, desde el más nimio hasta el más extravagante, debía contribuir a la atmósfera mágica que necesitaba para componer sus obras monumentales. ¿Era una forma de compensar sus inseguridades? ¿Una necesidad genuina? ¡Quién sabe! Pero lo que sí sabemos es que funcionaba.
¿Y cómo se reflejaba esta extravagancia en su música? Pues, ¡claramente! Sus óperas son como brocados sonoros, repletas de texturas ricas, armonías voluptuosas y un dramatismo que te arrolla como una ola de terciopelo. Escuchar Wagner es como sumergirse en un baño de seda caliente… ¡si no te ahogas en la grandiosidad, claro!
Pero, como todo en la vida (y más aún en la vida de un artista), esta afición por el lujo tenía un precio. ¡Y qué precio! Wagner vivía constantemente al borde de la bancarrota. Sus deudas eran tan épicas como sus óperas. Afortunadamente, siempre aparecía algún mecenas adinerado (generalmente un rey loco por su música) dispuesto a financiar sus caprichos y mantener a flote su extravagante estilo de vida. Sin Luis II de Baviera, ¿tendríamos Bayreuth? ¡Quién sabe! Quizás Wagner estaría vendiendo seguros en lugar de componiendo óperas.
Se dice que una vez, desesperado por dinero, Wagner intentó vender un tapiz persa que había jurado era esencial para su inspiración. ¡Menos mal que Luis II apareció con un cheque justo a tiempo!
Pero bueno, ¿qué sería de la ópera sin sus escándalos y extravagancias? Y hablando de apoyar el arte, te invitamos a leer más sobre https://onabo.org/la-importancia-de-apoyar-a-artistas-nacionales/.
Y ahora, si me disculpan, voy a rodearme de cojines de seda y escuchar un poco de Wagner. ¡Quién sabe, quizás me inspire para escribir el próximo gran chisme lírico!
¡No olviden seguirnos en redes para más chismorreo operístico! Y si quieren aún más detalles jugosos, corran a escuchar nuestro podcast exclusivo, “Secretos del Camerino”. ¡Los esperamos!
“Y para que no digan que no les cuento todo…”
Desde contar granos hasta rodearse de lujos, los hábitos de estos genios revelan que la creatividad puede surgir de los lugares más inesperados. Aunque extravagantes, estas manías eran parte integral de su proceso creativo, demostrando que la genialidad a menudo coquetea con la excentricidad. Quién sabe, ¡quizás un baño de hielo sea el secreto para componer la próxima gran sinfonía!
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