¡Ups! Los Fracasos de Ópera Más Estrepitosos de la Historia
Cuando la genialidad se topa con el desastre: anécdotas jugosas y fails épicos del mundo lírico.
En el glamuroso universo de la ópera, no todo son aplausos y bravos. A veces, la magia se desvanece y lo que queda es un fiasco monumental. Desde estrenos abucheados hasta producciones que hicieron historia… por las razones equivocadas. ¡Prepárense para reír (y quizás sentir un poco de pena ajena)!
La Traviata, un debut para el olvido
¡Agárrense de sus butacas, amantes del drama (y del buen chisme, claro), porque hoy les traigo una historia de esas que hacen temblar los teatros! Hablamos, ni más ni menos, que del estreno de “La Traviata” de Giuseppe Verdi, ¡un fiasco de proporciones épicas! Corría el año 1853 y el Teatro La Fenice de Venecia se preparaba para recibir una obra que prometía ser la comidilla de la ciudad. Verdi, ya un compositor consagrado, había puesto toda su alma en esta historia de amor prohibido y tuberculosis (¡qué combinación!). El público, como siempre, expectante.
Pero, ¡ay!, las cosas no salieron como se esperaban. Desde el principio, la producción estuvo gafada. El primer problema, y vaya problemón, fue la elección de la soprano para el papel de Violetta Valéry, esa cortesana de vida alegre y salud delicada. La elegida fue Fanny Salvini-Donatelli, una cantante con una voz potente, sí, pero también con una figura… digamos… ¡poco apropiada para el personaje! Violetta debía ser frágil, etérea, casi transparente, ¡y Salvini-Donatelli era todo lo contrario! Para que se hagan una idea, la pobre mujer era más bien robusta, ¡con carnes de sobra para llenar dos trajes!
Imagínense la escena: una Violetta con más curvas que una carretera de montaña agonizando en escena. El público, que no se andaba con chiquitas, no tardó en reaccionar. Las risitas nerviosas se convirtieron en carcajadas sonoras, los cuchicheos en comentarios mordaces. ¡La pobre Salvini-Donatelli fue objeto de todo tipo de burlas! Se decía que parecía más una campesina saludable que una cortesana consumida por la enfermedad. Algunos, con muy poca delicadeza, la comparaban con un “hipopótamo tuberculoso”. ¡Qué crueldad!
Pero no solo la figura de la soprano fue motivo de discordia. El vestuario tampoco ayudó. Al parecer, los trajes elegidos no eran precisamente favorecedores, acentuando aún más las dimensiones de la pobre Salvini-Donatelli. ¡Era como si todo estuviera conspirando en contra de la obra! Los abucheos y los comentarios negativos interrumpían constantemente la función. La gente se reía a mandíbula batiente en los momentos más dramáticos, ¡convirtiendo la tragedia en una comedia involuntaria! El estreno fue, sin duda, un desastre.
Verdi, que estaba presente en el teatro, debió sentirse morir. Toda la ilusión y el esfuerzo puestos en “La Traviata” se estaban desmoronando ante sus ojos. Sin embargo, el maestro no se rindió. Sabía que tenía una buena obra entre manos y confió en su visión. Realizó algunos ajustes, cambió a la soprano (¡gracias a Dios!), y volvió a intentarlo un año después. Esta vez, “La Traviata” fue un éxito rotundo, consagrándose como una de las óperas más queridas y representadas de todos los tiempos.
Esta historia nos enseña que, a veces, el camino hacia el éxito está lleno de obstáculos y tropiezos. Pero lo importante es no rendirse, creer en uno mismo y perseverar. Y, por supuesto, ¡elegir bien a la soprano! Porque, como hemos visto, un pequeño detalle puede arruinar hasta la obra más genial. ¿Quieren saber más sobre cómo la ópera puede transformar una comunidad? Descubran https://onabo.org/opera-nacional-del-bosque-un-puente-cultural/. ¡Hasta la próxima, mis queridos chismosos melómanos!
‘Carmen’ y el escándalo de la sensualidad
‘Carmen’ y el escándalo de la sensualidad
Ay, mis queridos melómanos, ¡prepárense para un chismorreo de aquellos! Porque si pensaban que solo las divas de hoy en día sabían cómo armar un buen escándalo, es que no conocen la historia de ‘Carmen’. Allá por 1875, cuando Bizet estrenó su obra maestra en la Opéra-Comique de París, ¡el respetable público casi se desmaya del susto!
Imagínense la escena: damas con sus mejores galas y caballeros engominados, todos esperando una ópera ligerita, con moraleja y final feliz. Y de repente, ¡pum! Les plantan en medio del escenario a una gitana de armas tomar, fumadora, provocadora y que encima trabaja en una fábrica de cigarrillos. ¡Escándalo!
Carmen, con su sensualidad desbordante y su desprecio por las convenciones sociales, era demasiado para el gusto de la época. El público parisino, acostumbrado a heroínas más recatadas y sufridas, no sabía qué hacer con esta mujer fatal que cantaba a la libertad y al amor sin ataduras. ¡Era como echar un balde de agua fría en medio de una misa!
Y ni hablar de la crítica. Algunos sesudos señores, con sus plumas afiladas, acusaron a Bizet de “corromper” la ópera con su “excesiva sensualidad”. ¡Imagínense! ¡Como si la ópera fuera un convento de monjas! Decían que la música era vulgar, que los personajes eran inmorales y que la historia era una apología del vicio. ¡Un horror, vamos!
La verdad es que la música de Bizet, que hoy nos parece brillante y revolucionaria, en su momento fue recibida con frialdad e incomprensión. ¡Pobre Bizet! Él, que había puesto todo su talento y su pasión en esta obra, tuvo que ver cómo su “Carmen” era vapuleada por la crítica y rechazada por el público. ¡Qué dolor!
Y lo peor de todo es que Bizet no llegó a ver el éxito posterior de su obra maestra. Murió pocos meses después del estreno, con tan solo 36 años, probablemente sintiéndose un incomprendido. ¡Qué injusticia! Menos mal que la historia, que suele ser más sabia que los críticos de ópera, puso a “Carmen” en el lugar que le correspondía: como una de las óperas más queridas y representadas de todos los tiempos.
Pero, ¿qué fue lo que hizo que “Carmen” fuera tan revolucionaria? Pues, precisamente, su capacidad para desafiar las normas de su tiempo. Para mostrar en el escenario a personajes de carne y hueso, con sus pasiones, sus miserias y sus contradicciones. Para romper con la tradición de la ópera como un mero entretenimiento para las clases altas y abrirla a nuevos temas y a nuevos públicos. Y es que, como bien sabemos, la ópera puede ser un motor de cambio social.
“Carmen” allanó el camino para una nueva era en la ópera, una era en la que la sensualidad, la rebeldía y la libertad tenían cabida en el escenario. Y por eso, y por muchas cosas más, ¡le estamos eternamente agradecidos a Bizet y a su gitana más famosa! ¡Olé!
Wagner y el ‘Tannhäuser’ parisino
¡Ay, Wagner! ¡Qué personaje! Si ‘Carmen’ ya había escandalizado a París con su descaro, lo que pasó con ‘Tannhäuser’ fue, directamente, un terremoto. Imagínense la escena: París, 1861. La flor y nata de la sociedad francesa, los que decidían qué era arte y qué no, estaban listos para juzgar la nueva ópera del genio alemán. Pero, ¡ay!, el genio alemán no estaba dispuesto a ceder ni un milímetro.
Richard Wagner, con su ego inflado como un globo aerostático, pensaba que el mundo debía rendirse a sus pies. Y quizás, en el futuro, el mundo lo haría. Pero en ese momento, en París, tenía un pequeño problemita llamado el Jockey Club.
¿Quiénes eran estos del Jockey Club? Pues, imagínense a los aristócratas más influyentes, los que marcaban la pauta en la moda, en la política, ¡en todo! Eran los dueños del cotarro, los que decidían qué ópera triunfaba y cuál se hundía en el olvido. Y a Wagner, con su música compleja, su duración interminable y su actitud desafiante, no les hacía ni pizca de gracia.
El problema principal era la duración. ¡Cuatro horas de Wagner! Para la Jockey Club, eso era una afrenta, un insulto a su tiempo libre, a sus citas en los palcos y a sus cenas después de la ópera. Además, la música de Wagner era densa, llena de armonías extrañas y melodías intrincadas. Nada que ver con las operetas ligeras y divertidas a las que estaban acostumbrados.
Pero Wagner, en lugar de intentar complacerlos, ¡no hizo más que desafiarlos! Se negó a acortar la ópera, se negó a simplificar la música y, lo peor de todo, ¡se negó a incluir un ballet en el segundo acto! Para el Jockey Club, esto era imperdonable. ¿Cómo iban a lucir sus amantes si no había un ballet para entretenerlos? Era impensable.
Así que, la Jockey Club, ni corta ni perezosa, organizó una serie de disturbios durante las primeras representaciones. ¡Las famosas “batallas de Tannhäuser”! Se armaron hasta los dientes con silbatos, matracas, pitos y todo lo que pudiera interrumpir la función. Imagínense el caos: la orquesta tocando a todo pulmón, los cantantes intentando darlo todo en el escenario, y el público, o al menos una parte de él, haciendo todo lo posible por sabotear la función.
Wagner, furioso, llegó a insultar públicamente a sus detractores. ¡Imagínense el escándalo! Pero, claro, eso solo sirvió para echar más leña al fuego. Las representaciones fueron un desastre tras otro. Al final, ‘Tannhäuser’ fue retirada del cartel después de solo tres funciones. Un fracaso rotundo.
La arrogancia de Wagner, su incapacidad para comprometerse, su fe ciega en su propio genio, contribuyeron a este desastre. Pensó que podía conquistar París a la fuerza, imponer su visión sin tener en cuenta al público. Pero se equivocó. A veces, incluso los genios necesitan un poco de diplomacia. Y Wagner, ¡de eso no tenía ni una pizca! Puedes conocer más sobre cómo la ópera impulsa el desarrollo cultural en méxico.
Cuando la vanguardia se estrella contra el público
Cuando la vanguardia se estrella contra el público
Ay, la ópera moderna, ese campo minado de experimentos donde a veces la explosión es más sonora que la melodía. ¿Quién no recuerda aquel estreno donde la soprano, vestida de alcachofa gigante, cantaba en klingon? Bueno, quizás eso no pasó, *aún*, pero a veces la realidad supera la ficción.
La ópera, señoras y señores, es un arte con solera, sí, pero eso no significa que no deba evolucionar. El problema es cuando esa evolución se convierte en una mutación que espanta al público tradicional, ese que va con sus mejores galas y espera escuchar arias que le toquen el alma, no ruidos que le recuerden a su lavadora centrifugando.
Uno de los mayores desafíos es la experimentación musical. Compositores que se alejan de la tonalidad tradicional, que incorporan elementos de jazz, rock o música electrónica… ¡Un sacrilegio para algunos! Y qué decir de las puestas en escena innovadoras, esas que a veces son tan “innovadoras” que uno se pregunta si se equivocó de teatro y entró a una performance de arte contemporáneo. Recuerdo aquella producción de “La Traviata” ambientada en una estación espacial. Violetta agonizando con un traje de astronauta… ¡Para pensárselo dos veces antes de pedir champán en el entreacto!
Y luego están los temas controvertidos. Óperas que abordan la política, la sexualidad, la identidad de género… Temas que pueden generar debate y reflexión, sí, pero también pueden provocar reacciones airadas en un público que prefiere que la ópera siga siendo un refugio de historias de amor y desamor ambientadas en castillos y palacios.
https://onabo.org/la-opera-como-motor-de-cambio-social/ puede darnos una idea sobre cómo las reacciones son de esperarse.
Claro, no todo es blanco o negro. Hay obras modernas que han sido un éxito rotundo, que han logrado conectar con el público y demostrar que la ópera puede ser relevante y emocionante en el siglo XXI. Pero también hay fracasos estrepitosos, obras que han provocado abucheos, protestas e incluso cancelaciones. Recuerdo aquella ópera sobre la vida de un influencer de redes sociales. ¡El público huyó en masa!
Los compositores y directores que se atreven a romper con las convenciones se enfrentan a un dilema: ¿cómo innovar sin alienar al público? ¿Cómo expandir los límites del género sin perder su esencia? Es una pregunta difícil, sin duda. Pero creo que la clave está en el equilibrio. En encontrar un punto medio entre la tradición y la vanguardia, entre el respeto por el pasado y la apertura al futuro.
Y hablando de extravagancias, no puedo evitar recordar aquella producción de “Carmen” donde los toreros iban en patinete eléctrico y la protagonista fumaba cigarrillos electrónicos con luces de neón. ¡Una cosa de locos! El público estaba dividido: algunos aplaudían la originalidad, otros pedían la devolución del dinero. ¡Ah, la ópera, siempre un hervidero de emociones!
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“Y para que no digan que no les cuento todo…”
Los fracasos de ópera, aunque dolorosos para sus creadores, a menudo revelan algo sobre los gustos del público, las convenciones sociales y los límites del arte. A veces, el tiempo es el mejor juez, y obras inicialmente rechazadas terminan siendo reconocidas como obras maestras. ¡Así que la próxima vez que escuches un abucheo en la ópera, recuerda que podría estar presenciando el nacimiento de una leyenda!
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