Genio y Locura: Las Excentricidades Más Grandes de los Compositores Famosos

¡Qué Personajes! Excentricidades de Compositores que te Dejarán Boquiabierto

Desde manías alimentarias hasta obsesiones insólitas, adéntrate en las vidas secretas de los genios de la música clásica.

El mundo de la ópera y la música clásica está lleno de genios, sí, ¡pero también de rarezas! Prepárense para un viaje a través de las vidas privadas de los compositores más famosos. Descubriremos sus manías más extrañas, sus obsesiones más peculiares y esos pequeños detalles que los hacían, bueno, ¡únicos!

Beethoven y sus baños compulsivos

¡Ay, Beethoven! Genio incomprendido, sordo hasta las cachas, pero ¡oh, qué melodías! Y qué obsesión con el agua y el jabón. No se crean que el genio vivía en la mugre, ¡ni mucho menos! Ludwig era un maniático de la limpieza, ¡un auténtico “clean freak” avant la lettre”!

Imagínense la escena: Beethoven, en su perpetuo estado de creación febril, de repente interrumpía todo. ¿La razón? La imperiosa necesidad de sumergirse en agua. Y no un chapuzón rápido, ¡no, no! Hablamos de horas remojándose, cambiando el agua una y otra vez. Algunos decían que parecía una lavandera profesional, restregando y frotando como si la suciedad del mundo entero se hubiera adherido a su piel.

Esta compulsión por la limpieza era tan intensa que sus contemporáneos no podían evitar comentarlo. Algunos lo encontraban divertido, otros, simplemente exasperante. Se dice que alguna vez, mientras componía la Missa Solemnis, interrumpió la sesión ¡siete veces! para darse un baño. ¡Siete! Pobres músicos, esperando pacientemente a que el maestro saliera reluciente para poder seguir ensayando.

Un contemporáneo de Beethoven, el escritor Carl Czerny, llegó a decir: “Su afición por el aseo era notable; a menudo se lavaba las manos y la cara varias veces al día y cambiaba constantemente su ropa”. ¡Imagínense la cantidad de jabón que gastaba!

¿Pero a qué se debía esta obsesión? Algunos psicólogos apuntan a una necesidad de control. Beethoven, atormentado por su sordera y sus problemas personales, quizás encontraba en la limpieza una forma de imponer orden en un mundo que sentía caótico. Otros sugieren que podría haber sido una manifestación de ansiedad. La creación artística, después de todo, es un proceso estresante, y quizás el baño compulsivo era su manera de aliviar la presión. Tal vez, solo tal vez, Beethoven encontró en la limpieza una forma de meditación, un respiro en medio de la tormenta de notas que bullían en su cabeza.

Sea cual sea la razón, lo cierto es que la manía de Beethoven por la limpieza era una parte integral de su personalidad. Una peculiaridad más que añadir a la larga lista de excentricidades de este genio musical. Una excentricidad que, al final, quizás contribuyó a su genialidad. Quién sabe, ¡tal vez las ideas más brillantes le llegaban entre burbujas de jabón! Si Beethoven hubiera vivido en nuestra época, seguro que habría sido un ferviente seguidor de los consejos que nos dan en la ópera como motor de cambio social, ¡pero aplicados a la higiene personal!

Satie, el excéntrico coleccionista de paraguas

Erik Satie, ¡ay, Erik Satie! Un compositor tan genial como… peculiar. Se codeaba con Debussy y Ravel, pero vivía en su propio mundo, un mundo lleno de música innovadora y, sí, ¡paraguas!

¿Cuántos paraguas tenía Satie? Nadie lo sabe con certeza. Algunos dicen que docenas, otros que ¡cientos! Lo que sí sabemos es que tenía una obsesión casi enfermiza por ellos. Los coleccionaba de todos los estilos y colores: paraguas negros, paraguas a rayas, paraguas con mango de hueso, paraguas con encaje… ¡Un verdadero arsenal de protección contra la lluvia (y quizás contra el mundo exterior)!

Pero aquí viene lo jugoso: ¡casi nunca los usaba! Ahí radicaba lo extraño de su manía. Sus paraguas eran más como trofeos, objetos de admiración silenciosa, testigos de su singularidad. Imaginen la escena: Satie, caminando bajo la lluvia torrencial, empapado hasta los huesos, ¡pero sin abrir ni uno solo de sus preciados paraguas! Era su forma de desafiar las convenciones, de gritar al mundo: “¡Yo hago lo que me da la gana!”.

Su vida cotidiana era una fuente constante de anécdotas. Se dice que tenía una dieta estricta: solo comía alimentos blancos. Huevos, azúcar, arroz, coco… ¡Un festín monocromático! Y para añadir más leña al fuego, ¡casi nunca salía de su apartamento! Vivía en una buhardilla diminuta en Montmartre, rodeado de sus paraguas y sus partituras. Su mundo era pequeño, pero su imaginación, ¡enorme!

¿Cómo influyó esta excentricidad en su música? ¡De manera radical! Satie era un rebelde, un iconoclasta que se negaba a seguir las reglas. Su música era minimalista, repetitiva, a veces hasta absurda. Sus composiciones como las *Gymnopédies* son hipnóticas y melancólicas, pero también irónicas y subversivas. Era el equivalente musical de un dandy con un paraguas cerrado bajo el brazo.

Satie odiaba la grandilocuencia y el sentimentalismo exagerado. Buscaba la simplicidad, la honestidad brutal. Su música era una bofetada a la burguesía, una crítica mordaz a la sociedad de su tiempo. Y su obsesión por los paraguas era solo una manifestación más de su espíritu rebelde. En cierto modo, cada paraguas era un símbolo de su independencia, una declaración de principios. Era su forma de decir: “Yo soy diferente, y no me importa lo que piensen los demás”.

Su rechazo a las normas sociales se extendía a todos los ámbitos de su vida. Se autodenominaba “fonometrista”, un término inventado por él para describir su trabajo como medidor de sonidos. No le importaba lo que dijeran los críticos ni los académicos. Él creaba su propio mundo, sus propias reglas. Y en ese mundo, los paraguas eran reyes. Quizás, en el fondo, Erik Satie entendía la importancia de apoyar a artistas nacionales, aunque él mismo fuera un caso aparte, ¡un genio con una colección inagotable de sombrillas cerradas!

Rossini, el gourmet obsesionado

Rossini, ¡ay Rossini!, el compositor que amaba la ópera tanto como amaba… ¡la comida! Y vaya que amaba la comida. Para él, crear una ópera sin un buen plato era como intentar cantar un agudo sin aire: ¡simplemente imposible! Dicen que la inspiración le llegaba con el aroma de un buen sofrito, y no me extraña, porque este hombre era un auténtico sibarita.

Su plato favorito, según cuentan las lenguas más viperinas, era el pâté de macaronis, una bomba calórica que hoy en día nos mandaría directos al cardiólogo. Pero en aquella época, ¡era pura ambrosía! También se pirraba por el pollo a la Rossini, una creación que, obviamente, lleva su nombre y que incluye foie gras y trufas. ¡Más decadente imposible!

Sus restaurantes predilectos eran aquellos donde la opulencia y el buen gusto se daban la mano. Se dice que era un cliente habitual de los mejores establecimientos de París y Bolonia, donde no dudaba en organizar cenas pantagruélicas para sus amigos y colegas. ¡Imaginen las facturas!

La comida no era solo un placer para Rossini, era una fuente de inspiración. Decía que la armonía de un plato bien elaborado se podía trasladar a la música. ¡Y vaya si lo hizo! Sus óperas están llenas de melodías deliciosas y ritmos apetitosos. ¿Será por eso que su música nos alimenta el alma?

Pero, sin duda, su mayor legado culinario es el famoso tournedó Rossini. Una jugosa pieza de carne coronada con foie gras y trufas, bañada en salsa Madeira. ¡Una oda al hedonismo! La historia cuenta que fue el propio Rossini quien le dio las indicaciones al chef del Café Anglais de París. Al parecer, el compositor no quería que nadie lo viera cocinar, así que le dijo al chef: “¡Hazlo tourner (girar) y aleja de mí!” De ahí el nombre de “tournedó”. ¡Qué genio!

Su obsesión por la comida no siempre fue bien vista. Algunos lo consideraban un glotón, un derrochador. Pero él no se inmutaba. Decía que la vida era demasiado corta para comer mal. Y quiénes somos nosotros para discutirle. De hecho, la conexión entre gastronomía y arte en mexico, es tan estrecha que hoy en día muchos chefs se inspiran en la música clásica para crear sus platos.

Rossini tenía una relación peculiar con otros compositores. Se cuenta que Verdi, un hombre austero y poco dado a los excesos, no entendía su pasión por la comida. Pero, a pesar de sus diferencias, ambos se respetaban profundamente. Wagner, por su parte, era un detractor de Rossini, aunque seguramente, en el fondo, envidiaba su capacidad para disfrutar de los placeres de la vida.

Lo cierto es que Rossini dejó una huella imborrable tanto en la música como en la gastronomía. Su nombre es sinónimo de ópera, pero también de buena comida y de joie de vivre. Así que, la próxima vez que escuchen una de sus óperas, piensen en él con una copa de vino y un buen plato en la mesa. ¡Seguro que él lo estaría disfrutando!

Las Mascotas de Scarlatti y las Hadas Madrinas

¡Ay, mis queridos melómanos! Si pensaban que Rossini era el único con peculiaridades, ¡agárrense sus pelucas! Hoy les traigo a un genio que hablaba con gatos y creía en hadas madrinas: ¡Domenico Scarlatti!

Imaginen la escena: el maestro, rodeado de felinos ronroneantes, escribiendo sonatas que parecen sacadas de un sueño. Scarlatti amaba a sus gatos. ¡Los trataba como a la realeza! Se dice que tenía uno tan consentido que le dedicaba horas de mimos y hasta lo dejaba caminar sobre las teclas del clavecín. Algunos afirman que varias de sus composiciones nacieron de esos paseos gatunos. ¿Será que los mininos eran sus musas secretas? ¡Quién sabe! Lo que sí sabemos es que la música de Scarlatti tiene una chispa, una alegría traviesa que bien podría ser el eco de esas travesuras felinas.

Pero la cosa no termina ahí. Nuestro Domenico también tenía una fe inquebrantable en las hadas madrinas. ¡Sí, hadas madrinas! Él creía que estos seres mágicos velaban por él y lo inspiraban en sus creaciones. Tal vez por eso su música tiene ese aire de fantasía, esa ligereza que te transporta a un mundo de ensueño. Quizás, cuando componía, imaginaba a las hadas danzando alrededor de su clavecín, guiando sus dedos sobre las teclas.

Ahora, hablemos de sus obras más… peculiares. Scarlatti no era de quedarse en lo convencional. Algunas de sus sonatas son verdaderas rarezas, llenas de ritmos inesperados, armonías audaces y melodías que desafían toda lógica. ¡Son como pequeños acertijos musicales! Se dice que estas piezas eran el resultado de sus experimentos más osados, de sus momentos de mayor inspiración (o locura, según el punto de vista). ¿Será que las hadas le susurraban ideas descabelladas al oído?

Pero no todo era fantasía y gatos. Scarlatti también era un hombre de carne y hueso, con sus manías y rarezas. Cuentan que era extremadamente supersticioso y que tenía una serie de rituales que debía cumplir antes de cada concierto. ¡Ay de aquel que interrumpiera su rutina! Dicen que una vez, un noble osó hablarle antes de una presentación y Scarlatti lo fulminó con la mirada y se negó a tocar. ¡Qué genio y qué carácter!

Y para que no se pierdan en el laberinto de la música clásica, aquí les dejo un enlace para que exploren la importancia de apoyar a artistas nacionales. ¡Nunca se sabe dónde encontrarán a su próximo Scarlatti!

Así que ya lo saben, mis queridos chismosos líricos. La vida de Scarlatti fue una mezcla de genialidad, excentricidades y mucha, mucha magia. Un compositor que amaba a los gatos, creía en las hadas y nos dejó un legado musical que sigue maravillándonos hasta el día de hoy. ¡Hasta la próxima, y no olviden alimentar a sus propios gatos musicales! Recuerden seguirnos en redes para su dosis diaria de chismorreo lírico.

“Y para que no digan que no les cuento todo…”

Estos compositores, a pesar de sus peculiaridades, nos legaron obras maestras que siguen resonando a través del tiempo. Sus excentricidades no los definieron, sino que añadieron una capa más a su genio. ¿Quién sabe? Quizás la próxima vez que escuchemos una sinfonía de Beethoven o una pieza de Satie, podremos apreciar aún más la humanidad detrás de la música, y Acceso a nuestro podcast exclusivo ‘Secretos del Camerino’


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